jueves, 31 de marzo de 2016

Cinderella by Esteff.



De pronto frente a ella estaba un bello caballero, extendiéndole su mano, la estaba invitando a bailar. El joven caballero poseía una máscara, al igual que todos en aquella fiesta, mientras que la portadora de rizos rubios era la única sin una. Estaba en desventaja, pensó ella al verlo. Sentía una atracción por ese hombre misterioso. A través de la máscara blanca, lisa podía observar sus bellos ojos. Eran verdes, eran tan verdes como las hojas de las plantas. “Son hermosos” pensó la chica, la princesa de la fiesta, la única sin máscara, la única sin nada que ocultar. El hombre llevaba un hermoso traje blanco, con algunos toques azules en las mangas del saco y en los bordes del mismo. Llevaba una rosa azul en él. “¿Una rosa azul? ¿Acaso eso no es imposible?” pensó la jovencita. Su vista pasó de la rosa al rostro del joven, este llevaba una sonrisa y no salía de aquella posición que se hace “comúnmente” al pedir una pieza de baile: su mano izquierda estaba atrás, escondida y su mano derecha estaba extendida esperando ser tomada por la mano de la joven. De allí, su vista pasó de inmediato al cabello oscuro, como la noche, del hombre. Su frente estaba descubierta, gracias a que él tenía el cabello peinado hacia atrás. Solo unos pequeños mechones se posaban en su frente, unos mechones finos y cortos. A ella le gustaba mucho ese peinado y con esa máscara, al estilo “El fantasma de la opera”, lucia muy bien.
Ella, estaba dudando si tomar su mano, no lo conocía pero le atraía, había algo en él que le llamaba la atención, tal vez serian sus ojos o esa rosa tan extraña.
Su vestido era grande y ancho pero hermoso, su color era rojo oscuro –a ella le gustaba mucho ese color–. Tenía varias capas, era muy propio ese estilo en esa época y ella lo lucia con mucha elegancia. Sus rizos llegaban hasta su cintura, muchos admiraban aquel pelo, lo tenía tan cuidado como una princesa, como lo que era. Su piel era de porcelana y bien cuidada estaba, era una piel muy hermosa y ella también lo era. Captaba las miradas de muchos de los presentes, para ser precisos, siempre captaba las miradas de sus alrededores. Tenía apenas 14 años, le faltaba madurar aún, digamos que en muchos sentidos, tanto psicológicamente como físicamente pero a pesar de tener esa edad, debido al entorno en el que se crió, era bastante madura. No era como las típicas princesas mal criadas pero aún así a ella le faltaba mucho por vivir. Era sorprendente como a pesar de esa edad ella podía ser tan hermosa, tal vez eso lo heredó de su querida y difunta madre.
Sin pensarlo más tomó aquella mano con guates azules.
–Ven –Dijo el joven caballero con un tono dulce y varonil, con delicadeza y lentitud la condujo hacía la pista de baile. Todos se hicieron hacía un lado, dejando a ellos dos en el centro de la pista.
Comenzaron a moverse al ritmo de la melodía, de un lado hacia el otro. Se volvieron uno en ese mismo lugar. Se complementaron. Al comienzo ella estaba nerviosa pero se calmó al escuchar salir de él, unas palabras: “Tranquila, relájate y déjate llevar por la música”. Él no dejaba de mirarla a los ojos, ella igual. Aunque tenía vergüenza por estar bailando con un hombre que aparentaba 20 años. Era muchos años los que se llevaban pero a ella no le dejaba de interesar él. Con solo 14 años, ella estaba experimentando un sentimiento de atracción sorprendente, no podía creer como le podía estar pasando algo así. No lo entendía pero sabía que le estaba sucediendo algo nuevo y extraño.
Él sentía el cuerpo de ella y ella el de él. Así como se volvieron uno entre sí, al mismo tiempo, se hicieron uno con la orquesta. Para ellos en el mundo no había nadie más que ellos dos, era su lugar, su momento y nada lo iba a cambiar. Sus pasos eran iguales. Él sostenía fuertemente la mano de ella para que nunca se separara de él. El joven no se quería separar de ella, ni ella de él. Sus miradas nunca se separaron desde que él tomo su mano y la llevó al centro de la sala. A pesar de que ella era la anfitriona de la fiesta, no conocía mucho de ella, solo sabía que su padre era el rey del país. Cosas sobre ella, como su nombre, cuáles eran sus gustos y otras cosas, no las sabía. Estaba seguro era la hija del rey, solo una princesa no llevaba mascara y la única princesa que había en el baile, era ella. Quería saber más sobre la jovencita, pero sentía que preguntar y arruinar ese momento, tal vez haría que la princesa se molestara, sin embargo tomo coraje y preguntó:
– ¿Cómo te llamas? –Le preguntó él, intrigado.
–Prefiero conservar el anonimato, ya me encuentro con mucha desventaja al no llevar un antifaz como tú –Dijo con una sonrisa en su rostro. Él solo rió ante aquella contestación– Es muy linda tu risa –Se le escapó a ella, rápidamente agachó su rostro para que no viera lo colorada que se encontraba.
–Tú eres hermosa –Le dijo él, el rostro de ella se puso aún más rojo de lo que estaba. Él dibujo en su cara una sonrisa.
Ambos se seguían moviendo al compas de la música. La gente permanecía en silencio, lo único que se escuchaba era la melodía. Seguían fuertemente tomados de las manos y no se separaban en ningún momento. Ambos querían seguir así, querían que ese momento no terminara.
– ¿Quién eres? –Preguntó ella– nunca había visto a una persona como tú en mi vida –Dijo encantada por la belleza del hombre.
La música se detuvo, había terminado la pieza. Ya eran las 12:00 de la noche y la fiesta aún seguía pero para una persona pronto terminaría.
–Ten –Dijo él y extendió la rosa azul que él poseía– ya tengo que irme pero sé que pronto nos volveremos a ver.
Ella tomó la flor y acto seguido la olió, tenía un hermoso aroma, un aroma que era extraño como aquella flor, era un aroma que nunca antes lo había sentido.
Él ya se estaba marchando y ella corre tras él, toma su brazo y le pregunta – ¿Quién eres? –Insiste nuevamente.
Él se acercó y le susurró en el oído “El conde azul”. Ella al escucharlo se sorprendió pero no pudo evitar sentir la fragancia que él poseía. “Tiene el mismo aroma” que la flor pensó ella, al sentir ese bello aroma que nunca en la vida se lo iba a poder olvidar, una fragancia que iba a permanecer por el resto de su vida como la presencia del caballero.

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